Prostitución. Violencia. Abandono. Decepción. Éstas son las marcas ruines del pasado cruel de Raimunda, Filomena y Raquel. Tres madres, que además de cargar los traumas de la infancia, ven la historia repetirse en la vida de sus hijos. Para librarlos de esa misma realidad, ellas cuentan con el apoyo del proyecto socieducativo Viravida, que ha transformado la vida de familias que viven al margen de la sociedad, a través de la atención psicosocial, formación profesional e inserción en el mercado de trabajo.
El libro «Viravida: historias de vidas transformadas” trae las declaraciones de madres que tuvieron no sólo la vida de sus hijos transformadas, sino también las suyas propias, por el proyecto del Servicio Social de la Industria (Sesi).
Prostituta: ¿mujer de vida fácil?
Con 45 años, Raimunda guarda en la memoria una infancia amarga. A los 13 años, huyó de casa para escapar de una vida de miseria, del hambre y de malos tratos del padre. En la primera relación, Raimunda era estuprada y golpeada por su compañero. Insensible por las decepciones, ella pensó que la vida iba a mejorar cuando decidió ser prostituta. «No sentía nada con los clientes. Sólo rabia, asco, repugnancia”, recuerda.
De acuerdo con ella, la vida de prostituta no es nada fácil, como algunos acostumbran decir. «La vida de prostituta es muy discriminada. Cuando dicen que aquello es vida fácil, ¡me indigna! Aquello es una vida muy difícil”, afirma.
Hoy, madre de dos hijas, Raimunda entró en desesperación al descubrir que una de sus niñas también se prostituía.
Para sacar a la hija de esa vida, Raimunda buscó ayuda en el Viravida y cuenta hoy un poco aliviada, que ve cambios en el comportamiento de la niña. «Ella se volvió más cariñosa, más cuidadosa”, asegura.
El arduo camino de Filomena
Filomena, de 38 años, madre de cuatro hijos, dos de ellos alumnos del Viravida, al recordar el pasado cuenta que fue criada por el abuelo y sufría violencia de parte de su mujer. «Huía siempre que podía y, cuando me llevaban de vuelta a casa, ella decía ‘¡me vas a pagar, te voy a dar una zurra que vas a quedar tirada en el suelo!’ Mi miedo era enorme”, recuerda.
A los 15 años, fue a vivir con un compañero que, después de algún tiempo, pasó a golpearla. Con el nacimiento de su primera hija, creía que él había cambiado. Pero, con la llegada de la segunda, la ola de violencia vino de nuevo.
A pesar de los malos tratos, ella dice que él le gustaba porque lo consideraba un buen padre. Hasta que sus niñas tuvieron el coraje de decir lo que el padre hacía con ellas. «Cuando vi que las niñas decían la verdad, que él abusaba de ellas desde pequeñas, dentro de casa, debajo del mi nariz, mi suelo se cayó”.
En la delegación de policía, Filomena dice que él asumió todo, sin ningún arrepentimiento. «Dijo que no tenía amor de padre, sino amor de hombre. Dijo que era normal y que aquello no tenía problema, no tenía ninguna consecuencia y preguntó además: «¿Tá faltando algún pedazo de alguien? ¿Hay alguien lastimado?”
Las hijas fueron creciendo y se volvieron rebeldes. Sólo cuando consiguió el apoyo del Viravida, todo comenzó a cambiar. «Hoy en día, mis hijas están bien. Agradezco mucho la paciencia que todos tuvieron con ellas. Ellos fueron un poco madre de ellas también.
Líbranos del alcohol y de las drogas
Raquel, de 49 años, madre de tres hijos, tuvo su infancia marcada por agresiones verbales de parte de los padres. Creció en casas hechas de paja de coquero, sin baño. Los estudios fueron sustituidos por la dura rutina de trabajo. «Mi rutina comenzaba muy temprano, cuando todavía estaba oscuro. Recogía leña para que mi madre cocinara, después buscaba el agua en tambores pesados, para que mi madre trabaje como lavandera”, recuerda.
Aún joven, conoció al marido, con quien afirma haber sido amor a primera vista. Pero, cuando fueron a vivir juntos, él no ayudaba en nada. «No trabajaba, no traía comida a la casa. Yo dejé de comer varias veces para que nada le falte a los niños”, cuenta Raquel.
Fue difícil para la madre acompañar la vida de los hijos. «Estaba siempre ausente, me quedaba más tiempo en la casa de las patronas. Hacía mucha fuerza para acompañar a mis hijos, pero terminé perdiendo el control”.
Ya crecidos, los hijos se volvieron agresivos. Pasaron a consumir drogas y a prostituirse. Sin saber qué hacer, Raquel cayó en la trampa del alcohol, así como el padre de los niños.
Sólo cuando colocó a los hijos en el proyecto Viravida todo comenzó a quedar bien. «¡La formación que están teniendo en los cursos fue todo en nuestra vida! Tienen una psicóloga que les abre la cabeza, pasan cosas buenas para que pensemos”.
Con la ayuda del proyecto, Raquel volvió a estudiar. Los hijos no consumen más drogas. Su sueño es verlos recibidos en la facultad y trabajando.
fuente: http://site.adital.com.br/site/noticia.php?lang=ES&cod=87481